Veremos cómo Pablo nos dice que los que
gustaron el don celestial y fueron partícipes del Espíritu Santo, luego se
apartaron
Esta cita de Heb 6:4-6 es una diáfana declaración sobre la
posibilidad de la pérdida de la salvación
por parte del creyente. Analicemos.
El
apóstol se refiere, incuestionablemente, a los que “una vez fueron
iluminados, gustaron el don celestial y fueron hechos partícipes
del Espíritu Santo”.
No hace falta mucho trajín mental para darnos cuenta de que la persona que
cumpla todos esos requisitos no es ni más ni menos que un salvado, un convertido, un cristiano pleno, alguien
nacido de nuevo. No creo que haya manera de distorsionar las cosas
para aparentar que una persona que haya sido iluminada, haya gustado el don celestial, haya sido hecha partícipe
del Espíritu Santo, haya
gustado la buena palabra de Dios y las virtudes del siglo venidero, todavía no sea cristiana, todavía no esté convertida.
Además,
al decir que “recayeron” nos está haciendo ver claramente que se habían
apartado del mal por la gracia de Dios y habían vuelto a caer en el mal.
Pues bien, según Pablo algunos de esos convertidos se apartaron.
Es decir, una vez salvos dejaron de serlo, y tienen que ser renovados
otra vez, por lo tanto ya antes habían sido renovados. Veamos
“4 Porque es imposible que los que una vez fueron
iluminados y gustaron el don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, 5 y asimismo gustaron
la buena palabra de Dios, y las virtudes del siglo venidero, 6 y recayeron, sean otra
vez renovados para arrepentimiento, crucifican-do de nuevo para sí mismos al
Hijo de Dios, y exponiéndole a vituperio.” (Heb 6:4-6)
Pues bien, esos
cristianos plenos recayeron, como asegura el versículo 6; y a ellos ya no se les daría más oportunidad, pues
para dársela, habría que crucificar de nuevo a Jesús, y eso es inadmisible.
Además, añado yo, seguro estoy de que el que fue
salvado por esta primera crucifixión, y recayó, cuando se le salvara por medio de una segunda crucifixión de Jesús, volvería a recaer. Si tuvo en poco la primera
crucifixión y la primera salvación, a la que creía única, menos iba a considerar la segunda, pensando
que de seguro podría llegar a haber una tercera, y hasta
una cuarta. Así que, habidas cuentas del comportamiento humano, lo
lógico es no repetir la crucifixión del Señor y que el que se aparte de la fe, quede expuesto a las consecuencias.
Hay
creyentes de la herejía “una vez salvo siempre salvo” que para salir del
atolladero en que los
mete este pasaje, alegan que aquí San Pablo no dice que el cristiano
pueda caer;
sino que se trata de una pregunta retórica, en la que él dice que, suponiendo que alguien cayera de la
gracia,
no se iba a crucificar de nuevo a Cristo.
Lo
primero es que no se trata de una pregunta de Pablo, sino de una afirmación. Tampoco el Espíritu Santo hizo una
pregunta retórica, sino una afirmación categórica. Segundo, si el cristiano no pudiera caer de ninguna manera, si tal cosa fuera absoluta y totalmente
imposible,
no sería lógico que Pablo hablara sobre el asunto. Sería inútil advertir que no va a haber
una segunda crucifixión, porque a nadie le iba a hacer falta la segunda
crucifixión,
puesto que nadie iba a recaer.
Sería
algo así como advertirle a un caminante que anda por las
asfaltadas calles
de su ciudad, que tuviera mucho cuidado, no sea que un tiburón que anda
caminando por las calles lo muerda. Es ilógico atribuir a un hombre inspirado como San
Pablo, estar diciendo tonterías, advirtiendo sobre peligros que
él sabría que no existían.
Encima
de todo lo dicho anteriormente, tenemos que Pablo sabía poner ejemplos
hipotéticos en los que él no creía; y lo hacía en forma que no dejaba dudas de
que se trataba de un ejemplo hipotético. Ese ejemplo hipotético lo puso cuando en Gal 4:15 dice que si se pudiese hacer, os sacarías vuestros ojos para dármelos.
Es decir que él sabía usar ese lenguaje hipotético sin dejar lugar a
dudas de que era hipotético; y evidentemente, aquí en Heb 6:4-6, no lo
usa. Por lo tanto, está bien claro que Pablo no habla aquí
en forma hipotética sino real; no está haciendo una pregunta retórica, sino una afirmación, una seria advertencia.
¿Quiénes son los que recaen? El Señor Dios sabe que el ser humano es débil, por eso él ha provisto
la oportunidad del arrepentimiento. No el arrepentimiento de
boca para afuera, sino el arrepentimiento de corazón. Cuando un cristiano peca por debilidad, por una
muy fuerte tentación, por pretender santificarse sin
la ayuda del Señor, por ignorancia, por
pretender enfrentar la tentación sin ayuda divina, etc., y cae, pero le pesa haber caído, y se arrepiente de corazón, ese cristiano no tiene el más mínimo riesgo de dejar de ser salvo. Para eso mismo murió Jesús. Lo prueba el pecado de
Pedro. Pero noten su arrepentimiento: el lloró amargamente.
Ese no es el mismo caso del que peca y no llora
amargamente, porque no ama al Señor, y no le
duele haberlo traicionado, sino que solamente
quiere usar a Cristo para ser salvo. Ese tipo de religioso
creyó que Cristo era su salvador, y sus pecados anteriores
le fueron perdonados; pero ese no aborrece el pecado, sino que al contrario, lo ama más que a Cristo, por eso es que su pecado lo aparta de Dios, porque
él ama el pecado más que al Señor.
Esos que pecan y no les duele haber pecado,
esos que pecan y consideran que a ellos hay que perdonarlos, porque
estamos bajo la gracia, son los que poco a poco se van
endureciendo a sí mismos. De puro amar el pecado ya no
sienten remordimiento. Pisotean a Cristo, tienen por inmunda la sangre del testamento, en la cual fue
santificado, y hacen afrenta al Espíritu de gracia. A esos es a los que Pablo se refiere cuando dice que no queda para ellos
sino una horrenda esperanza de juicio y hervor de fuego. No erremos hermanos, el sacrificio de Jesucristo es
sagrado y no se puede jugar con él al jueguito de “peco y me
arrepiento, pero vuelvo a pecar porque me gusta” y me tienes
que perdonar, porque yo creo con mucha fe en que “el salvo siempre salvo”.
Ahora
bien, no se haga idea el cristiano de que eso de “recaer” se refiere a cualquier pecado que un
cristiano cometa. En I Jn 5:16 vemos que el apóstol San Juan menciona las
rogativas en favor de un hermano que hubiere pecado con un “pecado
no de muerte”.
Cualquier pecado que tras cometerlo, provoca en el alma del creyente un lacerante
dolor, es un pecado que tiene perdón, porque hay arrepentimiento
verdadero.
El
Señor,
consciente de la andrajosidad moral y espiritual del alma humana, nos ha provisto de una zona de
amortiguación entre nuestra actual salvación y el abismo de la perdición eterna. No por pasarnos de los límites de la
santidad vamos a caer inmediatamente al abismo. No obstante, si nos alejamos
mucho de ese límite y profundizamos en la obscura y brumosa zona de
amortiguación,
podemos precipitarnos al abismo, antes de que podamos verlo, y
retroceder, porque nuestros ojos se encallecen con el pecado, y
no vemos el abismo.
Es
como si el camino de santidad, en nuestra vida estuviera flanqueado por
una zona de amortiguación a cada lado; y más allá de esa zona, flanquea a ésta el irregularmente sinuoso borde de un
horrendo y traicionero abismo. Si nosotros caminamos por la recta senda
que el Señor indica para los humanos, no corremos el más mínimo riesgo.
Si de vez en cuando nos salimos del camino para tornar inmediatamente a
él,
corremos poco riesgo. Pero si nos acostumbramos a andar por la zona de
amortiguación,
sin acabar nunca de entrar en el camino recto, corremos un casi seguro riesgo de caer
al abismo de la perdición eterna.
Si
fuera a ejemplificar gráficamente lo que digo, construiría la figura que a continuación
aparece como un camino recto, una sinuosa zona de amortiguación a ambos
lados, y un abismo de perdición eterna, más allá, todos vistos desde
arriba:
El que como la persona “A”, va por el camino señalado por Dios, sin apartarse, no corre el más mínimo riesgo. El que como la persona “B” a veces
se aparta, pero se arrepiente y torna a camino, no corre demasiado riesgo; sólo si los segmentos “D” o “E” de su
senda coinciden con los puntos “F” o “G” de la esfera espiritual, puede
perderse para siempre. Sin embargo, la persona “C”, que se ha acostumbrado a andar
por la zona de amortiguación, va a caer al abismo tarde o
temprano: si lo esquiva en “H” caerá en “I”.