Pablo dice que no basta con oír la ley, que hay que cumplirla

      ¿Por qué algunos cristianos le tienen tanto asco a la Ley de Dios? Esos hermanos proceden como si creyeran que la Ley de Dios la inventó Satanás. En este versículo el mismo San Pablo, que según algunos es el campeón de los odiadores de la ley, asegura, lo contrario de lo que ellos suponen. Dice él que no son los simples oidores de la ley, sino los hacedores de ella, los que actúan correctamente. La ley que Pablo consideraba obsoleta es la ley ritual, no las leyes del comportamiento humano.

 

Porque no los oidores de la ley son justos para con Dios, mas los hacedores de la ley serán justificados.”                      (Ro 2:13)

      Pablo está diciendo aquí que hay que cumplir con la Ley de Dios para el comportamiento humano, que hay que guiar nuestro comportamiento por lo que nos indica la Ley de Dios.

      ¿Quiere decir eso que la salvación viene por el finalizar una vida después de haber estado siempre cumpliendo la ley sin fallar? No, nadie puede lograr eso; por eso vino el Señor. Solamente Jesús lo logró. Y nosotros nos salvamos gracias a que él lo hizo y luego se sacrificó por los que no lo pudimos hacer. Pero tampoco nadie se salva diciendo que el cree en Jesús, que él está bajo la gracia, y lanzándose a descumplir la ley consciente, voluntaria y premeditadamente.

      El cristiano que sinceramente cree que algo estatuido por Dios no hay que cumplirlo, va a sufrir las consecuencias locales y temporales de no obedecer a Dios, pero no deja de ser salvo; porque su pecado es inconsciente. Si él supiera que se debe cumplir, lo haría, y se arrepentiría de no haberlo cumplido antes.

      El cristiano que por culpa de circunstancias, presiones, tentaciones y debilidades, deja de cumplir lo estatuido por Dios, a pesar de que estaba consciente de que debía cumplirlo, sufre las consecuencias locales y temporales de su pecado. Pero si se arrepiente sinceramente de su debilidad ante las circunstancias y presiones, o lucha contra la tentación que lo llevó a pecar, sin acomodarse a ella, arrepentido de haberse dejado vencer, tampoco deja de ser salvo; porque no lo hizo voluntariamente, sino bajo presión humana o demoníaca. Buen ejemplo es la negación de Pedro.

      El cristiano que sorprendido por el pecado cae en él, no deja de sufrir las consecuencias locales y temporales de su pecado, pero si se arrepiente sinceramente no deja de salvarse, porque no premeditó su pecado.

      Todo esto es cierto; pero de ahí a asegurar que lo estatuido por Dios no hay que cumplirlo, porque estamos bajo la gracia y que podemos descumplir lo que nos plazca, hay un abismo; y ese abismo tiene un nombre: procuremos no caer en él.

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