El Cristiano y el niño de dos años

   Dios siempre está listo para protegernos y bendecirnos, pero perdemos esa protección y bendición cuando nosotros le presentamos hediondeces e inmundicias. Éstas son las que provocan que el ángel que representa a Dios se marche del lugar en que habitamos, o de la compañía de la persona a quien la protección o las bendiciones estaban dirigidas. En la categoría de hediondeces que apartan a Dios o a su ángel de nosotros, están entre otras muchas, el derramar sangre inocente, la fornicación, la inmundicia sexual, el aborto, las prácticas antinaturales en cualquier sentido, la idolatría, la sodomía, la brujería, el espiritismo, la obtención no honesta de beneficios o dinero, el creer que otros tienen menos valor que nosotros, el mentir, y todo cuanto vaya contra alguna ordenanza divina o contra lo que a todas luces es natural, pío y honesto.

   A todos y cada uno de los seres humanos Dios quiere darles una obra proporcionalmente igual, un destino importante en proporción a sus dones. Somos los seres humanos los que, poniendo o permitiendo suciedades en nuestra alma, en nuestro alrededor, donde ejercemos o debíamos ejercer mando, y en la sociedad que nos rodea, imposibilitamos la estadía a nuestro lado del Ángel de Dios, por no cumplir sus leyes.

   Nuestra falta de conocimiento y de limpieza respecto a Dios, se asemeja a la de un padre y su hijo de dos años. El padre quisiera llevarlo a donde él piensa ir, y para cuya ocasión ya el niño está bien vestido. El hijito ha jugado con fango, se ha embarrado la boca y las manos con chocolate y se ha hecho caca. El padre quisiera abrazarlo y cargarlo, llevarlo con él, pero no puede. Lo ama...pero el hijo lo obliga a que lo tenga que amar…...de lejos. No puede envolverlo en sus asuntos, el hijo no quiere estar más limpio de lo que está, le gustan mucho el juego con fango y los chocolates, y le importan muy poco andar sucio. ¡Necesita aprender!

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