El que ama la corrección ama la sabiduría, mas el que aborrece la reprensión es ignorante

      Hay en los cristianos una gran confusión con respecto a la Ley de Dios. La inmensa mayoría no se da cuenta de que en la Biblia hay dos clases de leyes: a) las leyes rituales o ceremoniales, que fueron clavadas en la cruz, como bien dice el apóstol San Pablo; y b) las leyes de comportamiento, que como dijo Nuestro Señor Jesucristo en Mateo 5:17-19, no serán abolidas hasta que perezcan el cielo y la Tierra.

 

   17 No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas. No he venido para abrogar, sino a cumplir. 18 Porque de cierto os digo, que hasta que perezca el cielo y la Tierra, ni una jota ni una tilde perecerá de la ley, hasta que todas las cosas sean hechas. 19 De manera que cualquiera que infringiere uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñare a los hombres, muy pequeño será llamado en el Reino de los Cielos, mas cualquiera que hiciere y enseñare, éste será llamado grande en el Reino de los Cielos.”                              (Mt 5: 17-19)

      El peligro de creer que las normas de comportamiento están abolidas estriba en que deja al cristiano sin ancla moral, sin una guía para su vida. Si las leyes de comportamiento estuvieran abolidas, el cristiano se tendría que guiar por las costumbres de su sociedad, o las tradiciones de su secta. ¿Cómo sabría que no se puede casar con su hermana ni con su sobrina? ¿Cómo sabría que debe dar el diezmo, que no debe adorar imágenes, que no debe invocar a los muertos?

      San Pablo dijo: “Examinadlo todo, retened lo bueno”. Tratar de ignorar la verdad de Dios no nos libra del pecado. Como dijo Cristo, el siervo que no conoció la voluntad de su amo, será azotado poco, pero de todas maneras será azotado, por no haber tratado de conocer su voluntad.

      ¿Qué es la Ley de Dios? La Ley de Dios son aquellas normas que Dios consideró conveniente enseñarnos a los humanos a fin de que anduviéramos lo más rectamente posible durante nuestro peregrinaje en este mundo.

      No se confundan las leyes de Dios con las normas impuestas por dirigentes religiosos, sociales o políticos. No se confundan tampoco las leyes divinas con las reglas de la cultura o civilización en que vivamos, ni con las tradiciones de la raza, la nación o la secta a la que pertenecemos.

      Desgraciadamente la inmensa mayoría de la gente, sin excluir a los cristianos, admiten como normas de comportamiento, aquellas que las costumbres imponen sobre los conglomerados. Es decir, si todo el mundo lo hace, ¿por qué no yo”?

      ¿Para qué sirven las leyes de Dios? Las leyes de Dios sirven para hacernos saber qué cosas debemos hacer, cuáles no debemos hacer y para guiarnos en las decisiones de cada día.

      La Ley de Dios nunca sirvió para salvar a alguien; nadie jamás se salvó cumpliendo la ley, debido a que nadie la cumplía durante toda su vida, desde la cuna hasta la tumba. Además, la ley es una escritura, no puede salvar a nadie, no tiene intelecto ni sentimientos. Jesucristo sí puede salvar al que lo desee.

      La ley jamás sirvió para salvación, solamente sirvió como guía para que supiéramos qué hacer y qué no hacer. Hay quienes creen que antes la gente se salvaba cumpliendo la ley. Falso, jamás eso ha sido posible.

      La gente de antes, al igual que la de ahora se salvaban por fe en el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. La diferencia entre los de antes y los de ahora, es que nosotros ya conocemos que ese Cordero se llama Jesucristo; mientras que los de antes sólo sabían que habría un enviado que quitaría nuestros pecados. Nosotros ponemos fe en el Cordero ya sacrificado; ellos ponían fe en que el cordero que ellos sacrificaban, representaba a aquel que algún día iba a tomar sobre sí mismo nuestros pecados.

      Es un error enorme pensar que “antes la gente se salvaba de una manera, y hoy se salvan de otra. Incluso hay quienes creen que en el futuro, durante la Gran Tribulación, la gente se salvará de una tercera manera. Todo eso es un error herético y abominable. El método de salvación siempre ha sido y será el mismo: el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

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